Cassian puso su mano sobre los labios de la loba ebria, no de forma sutil ni cuidadosa, más bien tosca y descuidada.Frunció el ceño y, con el dorso de la otra mano, se apresuró a limpiarlo los suyos.—¿Qué te pasa? —preguntó con la nariz arrugada. Sentía una incomodidad real. Y no, no era que ella resultara desagradable a la vista, sino que jamás la vio, ni la vería, de ese modo.Michelle soltó un manotazo sin fuerza y Cassian la soltó. Era inevitable que cayera al suelo.El lobo se lamentó al verla golpearse con fuerza, pero tenerla tan cerca se sentía raro. Extraño en un sentido negativo.—Yo… —Michelle, dada su condición, ni siquiera fue capaz de responder una pregunta tan simple.Pasaron un par de minutos largos y tensos. Cassian la tomó del antebrazo, la levantó y casi abrió la puerta para lanzarla dentro del cuarto, como si fuera un montón de leña.—Por eso no me gusta cuidar borrachos —murmuró y regresó a su área sin mirar atrás.(…)A la mañana siguiente, no tardó en contarle
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