Un cosquilleo recorrió la palma de sus manos, como si acabara de acariciar esa piel tersa.Recordó el rostro de ella, sonrojado, la timidez reflejada en su voz baja y suave. Nunca iba a olvidar algo así. Ella era hermosa en todos los sentidos.En el momento de mayor intensidad, se separó de él y, con un simple: “Tengo que irme”, salió del cuarto y lo dejó ahí, aturdido, con el corazón desenfrenado y el cuerpo en llamas.Su ser se dividía. Su parte racional agradecía la facilidad con la que ella podía alejarse y marcharse, y su parte más primitiva gruñía por un desahogo que no había llegado. Una frustración.No podía ser tan ruin como para permitir que las caricias escalaran a un siguiente nivel. Atentar contra la virtud de la hija del alfa era un verdadero crimen que ni su ejecución podría saldar.Ezra se sentó en la pileta; el agua le llegaba a las pantorrillas.Su polla, hinchada, exigía atención. Resopló, fastidiado. Comenzó a frotarla de arriba abajo. Se esforzaba por no pensar en
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