El aire en la caravana era espeso, cargado de la tensión que flotaba entre ambos. La mirada de Dante, aunque débil, era tan penetrante como siempre, y sus palabras habían caído como una sentencia de muerte. Serena lo miró con la misma frialdad, sus ojos de jade tan inexpresivos como el mar en calma. Él era un depredador herido, y ella, una mujer que acababa de salvarle la vida, era ahora la presa en su jaula.—Escúchame bien, Dante —dijo Serena, su voz tan fría como el acero—. Yo no te pertenezco. Tú me salvaste la vida, y ahora eres mi responsabilidad. Mi única regla es que no me desordenes. Yo no soy tu esclava, y ahora voy a hacer lo que te dije.Dante se irguió, el dolor le rasgó el pecho, pero lo ignoró. Su mirada era como la de un depredador herido, un león acorralado que, a pesar de sus heridas, seguía siendo peligroso.—Tienes razón, no eres mi esclava. Pero me salvaste, y ahora me ayudarás a encontrar a mis hombres —dijo, su voz ronca y llena de autoridad.Serena se rio, una
Ler mais