DALIA
Siete meses.
Había pasado más de medio año desde que me casé con Adriano para salvar a mi padre.
Siete meses en los que aprendimos a conocernos, a cuidarnos, a amarnos contra todo pronóstico.
Perdí a mi padre. Y, con él, también perdí el único hogar que había conocido.
Mi madre y mis hermanas me lo arrebataron todo, excepto los recuerdos.
Esa mañana, fui a verlo. Como siempre.
Llevaba flores nuevas, pequeñas y humildes, como él las amaba.
Dalias blancas que yo misma había cultivado.
Las puse sobre la tierra húmeda, acomodándolas con cariño, acariciando el nombre grabado en la piedra.
—Te extraño tanto, papá… —susurré—. Cuídame desde donde estés. Cuídalo a él también, por favor. Se va a operar, pero hay riesgos, por favor papi, cuídalo, te perdí a ti, no quiero perderlo a él… me enamoré.
Volví a casa caminando la mayor parte del trayecto.
El aire era fresco, pero mi corazón estaba en guerra.
Adriano estaba decidido a someterse a la operación. Esa palabra ya me helaba la sangre.