El amanecer me encontró despierta. No recuerdo haber dormido bien, apenas unos sueños inquietos que se deshacían en la penumbra. El silencio de mi departamento se sentía demasiado pesado, como si las paredes estuvieran cada vez más cerca, apretándome el pecho. Me levanté, me vestí con calma y me puse un suéter de lana, no por el frío, sino porque me sentía más segura cubierta. Tomé mi maleta, cerré la puerta tras de mí y bajé las escaleras. Me quedé en la acera, de pie, sin que nadie me lo hubiera dicho. No había razón para esperar ahí… salvo que dentro, el aire se había vuelto irrespirable. No pasó mucho antes de que un auto negro, enorme y reluciente, se detuviera frente a mí. Los vidrios polarizados bajaron, y allí estaba él… Luca. Impecable. Guapo como el pecado. La mirada fría, el porte de alguien que no necesita anunciar su poder para que el mundo lo note. —Entra —ordenó, con ese tono que no admite discusión. El chófer salió, tomó mi maleta y la guardó en el maletero, mient
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