El amanecer llegó, pero no trajo la calidez de la mañana. Sam se levantó con un sentimiento extraño, una mezcla de confusión y vulnerabilidad. La noche anterior, las palabras de Fabio habían derribado el muro que lo separaba del mundo, revelando al hombre roto y perdido que se escondía detrás del traje. Esa visión lo había hecho sentir extrañamente humano. La crudeza de su confesión, su honestidad, había creado un lazo invisible entre ellos que Sam no sabía cómo interpretar.
Se preparó para la jornada con un nudo en el estómago, una anticipación nerviosa por el reencuentro. En la cocina, preparó el desayuno para Iván como de costumbre. El aroma de las tostadas y el café llenó el aire, un débil intento de Sam por infundir normalidad en un ambiente que se sentía cualquier cosa menos normal. Iván bajó primero, sus pasos resonaban en las escaleras con la torpeza de alguien que acaba de abrir los ojos. Se sentó a la mesa bostezando y observó a Sam unos segundos. Esas miradas profundas que parecían estar escaneando cada rincón de tu mente. —¿Estás enfadada, Sam? —preguntó. —No, mi amor, ¿por qué lo dices? —Sam forzó una sonrisa. —Porque no has cantado hoy. El comentario la desarmó. Sam solía canturrear una vieja canción folclórica mientras preparaba el desayuno, una melodía alegre que había aprendido de su abuela. Se había olvidado por completo. El simple hecho de olvidarlo la hizo sentir un vacío en el pecho. Antes de que pudiera responder, Fabio entró en la cocina. Llevaba el mismo traje impecable de siempre, pero su expresión era una máscara de indiferencia. La ignoró por completo. Sam sintió un escalofrío al notar la tensión en el aire. Se había levantado con la idea de que la noche anterior podría haber cambiado algo entre ellos, pero la cruda realidad se le vino encima como un jarro de agua fría. —Señor… ¿quiere que le prepare algo para desayunar? —preguntó con voz temblorosa. —No, gracias —respondió con un tono tan cortante que ella se encogió. El silencio que siguió fue insoportable. Fabio le dio a Iván un pequeño beso en la cabeza y se sirvió un café. Su mirada era fría, ausente, como si ella no estuviera allí. Sam no pudo evitar sentir una punzada de dolor. El hombre que la noche anterior había compartido sus galletas y su dolor parecía haber desaparecido por completo, dejando en su lugar a un extraño de piedra. —Iván, hoy te llevo yo al colegio. —Pero papá… Sam me lleva siempre —protestó el niño. —Hoy no, Iván. Hoy lo haré yo. Sam quiso protestar. No entendía por qué de repente Fabio se ponía tan distante. Quizás tenía que ver con Margareth. —Señor, no es necesario… yo puedo llevarlo sin ningún problema. Fabio dió un golpe seco sobre la mesa. El silencio se hizo total. Incluso una de las limpiadoras que pasaba cerca se quedó inmóvil. —Samantha, no te contraté para que llevaras a mi hijo en bus a la escuela. Te dí las llaves de un auto que al parecer no sabes usar. Hoy te llevo yo, y punto. Las palabras la golpearon como un puñetazo en el estómago. El tono seco, despectivo, la hizo sentir pequeña y humillada. Fabio, al ver la expresión herida en el rostro de Sam, desvió la mirada, sintiendo un leve arrepentimiento. Iván, al ver la tensión, se levantó de la mesa y se despidió de Sam con un abrazo. —Te veo por la tarde, Sam —dijo, intentando aliviar la atmósfera. Ella asintió, con la garganta anudada. Fabio y su hijo se marcharon sin decir una palabra, dejando a Sam sola en la cocina. Se quedó observando la taza de café que Fabio había dejado a medio terminar. Sintió ganas de llorar. La vulnerabilidad de la noche anterior había sido reemplazada por una pared de acero. ….. En su oficina, Fabio no podía concentrarse. Los números, los informes, la junta directiva… nada tenía sentido para él. La imagen de Sam, con la mirada herida, se le venía una y otra vez a la cabeza. Se odiaba a sí mismo por su comportamiento. Se sentía miserable. Se había prometido a sí mismo que mejoraría, que cambiaría y sin embargo, sigue siendo el mismo de siempre. —Fabio… La voz de Margareth lo sacó de sus pensamientos. Se giró y la vio de pie en la puerta, con una falsa sonrisa tierna. Se acercó a él y lo abrazó, fingiendo una preocupación que no sentía. —Lo siento por lo de anoche, mi amor. Estaba enfadada. Pero me he dado cuenta de que el problema no soy yo. Es esa mujer. Su sola presencia te atormenta. —No digas tonterías —dijo él, alejándola. —No son tonterías. Tú eres un hombre con un corazón enorme, un corazón herido que necesita sanar. Yo soy la única que puede ayudarte. Los problemas en el trabajo, el recuerdo de Cloe… todo eso pasará. Necesitas relajarte, dejarte amar. Fabio no dijo nada. Se sentía vacío, sin fuerzas para luchar. Margareth, al ver su estado de ánimo, supo que era el momento de dar el golpe de gracia. —Esta noche vamos a tener una cena en familia. Yo, tú e Iván. Haré una cena maravillosa, le daré algo que jamás olvidará. Una cena para que vea que sí podemos ser una familia feliz. Tú necesitas ver eso, para superar tu dolor. Para tomar la decisión correcta. —Margareth, no sé si… —Por favor, Fabio. Confía en mí. Te juro que será maravilloso. Solo necesito que me dejes algo de dinero para comprar los ingredientes. Y que le digas a esa mujer, a Sam, que esta noche no puede aparecer. No quiero que nos estorbe. Es una noche familiar. Fabio no respondió. Se sentía manipulado, pero a la vez, una parte de él quería creer que Margareth tenía razón. Quería dejar de sentir ese dolor, ese vacío que lo consumía. Y si la cena con Margareth podía ayudar a Iván a ser feliz… entonces lo haría. Aceptó. —Está bien. Te daré el dinero. Margareth sonrió, satisfecha. Le dio un beso en la mejilla y se marchó. Fabio se quedó solo en el despacho, sintiéndose más vacío que nunca. —No puedes seguir así, hermanito. Christian apareció en el despacho, con las manos en los bolsillos y tu mirada altiva habitual. —¿Qué quieres? —preguntó con rabia en la voz. Christian se moldeó el cabello mientras tomaba asiento, se desabrochó el botón de la chaqueta. Lo miró unos segundos y habló. —No te queda mucho tiempo, hermano. La junta directiva está más desilusionada contigo a cada día que pasa. No puedes llevar una empresa mientras dentro tienes una batalla. —¿Qué quieres decir con todo eso? —La paciencia de Fabio se estaba agotando. —Quiero decir, que puedo ayudarte. Admito que como CEO de esta empresa eres un inútil sin talento, y en mis manos crecería aún más. Pero, es la empresa que papá te dió, no puedo quedarme quieto mientras la pierdes por ser un llorón. Fabio se levantó furioso y agarró a su hermano del cuello de la camisa. —Hoy no es el día para aguantar tus tonterías. —¿Ves? ¿Así esperas conseguir mantenerla? —respondió con total calma en la voz. Fabio le soltó, llevándose las manos a la cabeza. Todo en su vida parecía complicarse cada día más. Estaba cansado de todo, cansado del dolor que no dormía, cansado de una vida donde no podía ser feliz ni un momento. Por primera vez, miró a su hermano sin odio en los ojos, sino más bien con súplica. —Christian ¿Qué estoy haciendo mal? Quiero rehacer mi vida con Margareth y siento que no es lo correcto. Tengo que sacar a Sam de casa esta noche y me estoy preocupando más por ella que por la cena en “familia”. Su hermano esbozó una sonrisa, un brillo de picardía iluminaba sus ojos. Se puso en pie y se acercó hacia la enorme ventana que dejaba ver toda la ciudad como si fuera un mural sólo para sus ojos. —Hermano, ¿Recuerdas qué hacíamos cuando murió mamá? Sólo éramos unos niños gamberros que nos dedicábamos a robar gominolas en la tienda de la señora Hype —ambos sonrieron ante ese recuerdo—. Cuando teníamos dudas, o cualquier otro problema, siempre íbamos a visitar a mamá en el cementerio. Sentíamos que al contarle nuestros problemas nos daba respuesta. Fabio asintió al recordarlo. —Lo que quiero decir —continuó—. Es que visites a Cloe. Le lleves unas flores y hables con ella. Fabio se mantuvo en silencio, mirando a su hermano. Por primera vez en mucho tiempo sintió que de corazón le estaba ayudando. —Gracias. Haré eso… —Hazlo rápido. Porque si sigues con la misma actitud, no voy a quedarme de brazos cruzados mientras pierdes la empresa. Yo me presentaré como el nuevo CEO. Tras hablar, se marchó. Sin esperar reacción de Fabio. Se había quedado sin poder asimilar del todo la declaración de Christian. No podía creer que su propio hermano estuviera amenazando con ir contra él, y sin embargo, entendía que era una razón más para cambiar. No sabía cómo tomárselo aún. Pero tenía otro compromiso pendiente. La cena.