Los hermanos se quedaron en silencio, con la mirada atrapada en la figura que bajaba las escaleras. El vestido rojo, liso y de corte largo, abrazaba la figura de Sam de una manera que la hacía parecer una diosa. Julieta había recogido su cabello con una maestría que dejaba al descubierto su cuello, realzando sus facciones. Pero más allá de la ropa y el maquillaje, lo que los había dejado sin aliento era la forma en que ella caminaba. Su postura, antes un tanto encorvada por el peso de sus problemas, ahora era la de una mujer segura de sí misma. Sus ojos, que normalmente reflejaban una dulzura maternal, brillaban con una luz de desafío.Fabio fue el primero en reaccionar. En su interior, una mezcla de celos, orgullo y una extraña melancolía se agitaba. Aún veía el rostro de Cloe en el vestido, y por un momento, se sintió culpable. Pero luego, al ver la sonrisa de Sam, entendió que el vestido no era un recuerdo, sino un regalo. Se acercó a ella, y con una mirada de profunda admiración,
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