Sam se tumbó en la cama sin encender la luz. El techo apenas se distinguía entre las sombras, pero no necesitaba verlo para saber que estaba ahí. Solo quería cerrar los ojos, dormir un rato, o al menos intentarlo. Había sido un día largo, lleno de emociones que no sabía cómo clasificar. La imagen de Fabio besándose con Margareth le había dolido; veía con eso que su salida de la casa estaba un paso más cerca de completarse.
Un portazo la sacó de sus pensamientos. Frunció el ceño. Venía del cuarto de Fabio.
—¡No puedes seguir así! —gritó Margareth, la voz desgarrada, furiosa y rota a la vez—. ¡Ni siquiera funcionas en la cama, Fabio! ¿Qué esperas que haga, seguir fingiendo que esto tiene algún futuro? ¡Aclara tus ideas, por favor! ¡Acláralas de una maldita vez!
Los pasos de ella retumbaban por las escaleras, alejándose con rapidez. Sam se incorporó, sorprendida por el tono de Margareth, por la crudeza de sus palabras. No se había imaginado que la tensión entre ellos fuera tan fuerte. En