꧁ ISABEL ꧂No supe cuánto tiempo había pasado. El reloj marcaba una hora que ya no tenía sentido, y la luz que se filtraba por las cortinas me pareció un insulto. Llevaba allí toda la noche, sentada junto a la cama, sujetando la mano de mi madre con los dedos entumecidos. No había comido, no había dormido, apenas respiraba. Mi cuerpo dolía, pero era un dolor mudo, sin lugar preciso. Me aferraba a esa mano fría con la esperanza absurda de que, si la apretaba lo suficiente, el calor regresaría y todo sería solo una pesadilla.La habitación olía a medicinas que ya no servían para nada. El aire estaba denso, como si la tristeza tuviera peso. La sábana, blanca y pulcra, cubría el pecho de mi madre hasta el cuello. Tenía el rostro sereno, demasiado quieto, demasiado distante de lo que había sido su risa, su voz, su vida. La muerte tiene esa manera cruel de convertir a las personas en retratos. Y allí estaba yo, frente a un retrato de la mujer que había sido mi mundo entero.Detrás de mí, es
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