El restaurante Cipriani brillaba como una joya en la noche madrileña. Valeria se miró una última vez en el espejo del ascensor. El vestido negro de seda se ajustaba a sus curvas como una segunda piel, con un escote que insinuaba lo suficiente para distraer, pero no tanto como para resultar inapropiado en una cena de negocios. Se había recogido el cabello en un moño bajo, dejando que algunos mechones enmarcaran su rostro. Sus labios, pintados de un rojo intenso, eran su declaración de guerra.Enzo la esperaba en el vestíbulo del hotel, impecable en su traje azul marino. Sus miradas se encontraron y Valeria sintió ese familiar tirón en el estómago, esa mezcla de deseo y algo más profundo que se negaba a nombrar.—Estás impresionante —murmuró él, acercándose para besarla en la mejilla. Su perfume, madera y cítricos, la envolvió p
Leer más