—Señorita Hidalgo, ¿sigue ahí?
La voz de Marcus Webb la sacó de su shock. Valeria se obligó a concentrarse.
—Sí, disculpe. ¿Qué necesita hablar conmigo?
—Prefiero hacerlo en persona. Estoy en Madrid por negocios. ¿Puede reunirse conmigo esta tarde? Digamos, ¿el hotel Ritz a las tres?
Valeria miró el reloj. Eran las once. Su cerebro, funcionando con dos horas de sueño y demasiada cafeína, intentaba procesar qué podría querer Vogue América de ella.
—¿Puedo preguntar de qué se trata?
—Prefiero no discutirlo por teléfono —una pausa—. Pero digamos que hay ciertos... intereses encontrados respecto a su desfile. Me gustaría darle una perspectiva que quizás no tiene.
—¿Intereses encontrados?
—A las tres, señorita Hidalgo. Suite presidencial.
La llamada terminó.
Carmen la miraba con ojos como platos.
—¿Vogue América? ¿Qué demonios quiere Vogue América?
—No lo sé. Pero voy a averiguarlo.
El hotel Ritz era exactamente el tipo de lugar donde se cerraban tratos millonarios y se destruían reputacion