Enzo llegó al Hotel Villa Magna en diez minutos. No recordaba el trayecto. Solo la furia blanca que había reemplazado todo pensamiento racional.
El lobby era todo mármol y arañas de cristal, elegancia que contrastaba violentamente con la tormenta que traía dentro. Vio a Bianca inmediatamente. Estaba sentada en uno de los sofás de terciopelo azul, copa de vino en mano, sonriendo como si estuviera esperando exactamente esto.
Como si lo hubiera planeado.
—Enzo. —Su voz era miel envenenada—. Sabía que vendrías.
Él cruzó el lobby en cuatro zancadas. La gente se giró a mirar. Alguien sacó su teléfono.
—Tú. —La palabra salió entre dientes—. Fuiste tú.
Bianca dejó la copa con delicadeza ensayada, se puso de pie con la gracia de una bailarina.
—No tengo idea de qué hablas, cariño. Pero te ves terrible. ¿Quieres sentarte? ¿Una copa quizás?
—No juegues conmigo. El taller de Valeria. Esta noche. Fuiste tú.
—¿Yo? —Bianca se llevó una mano al pecho, ofendida—. Enzo, he estado aquí toda la noche. El