Valeria observó la pantalla mientras Bianca lloraba para las cámaras. Lágrimas perfectas que no arruinaban su maquillaje. Voz quebrada en los momentos exactos. Era una actuación magistral.
—Apágalo —dijo finalmente.
Lucía obedeció. El silencio que siguió fue más ensordecedor que cualquier acusación.
—Nunca trabajé con ella en Milán —dijo Valeria, su voz sorprendentemente calmada—. Hace tres años yo estaba construyendo mi marca aquí en Madrid. Nunca he estado en Milán profesionalmente hasta el viaje con Enzo hace semanas.
Carmen ya estaba en su laptop.
—Necesitamos pruebas. Todos tus bocetos originales, fechados. Recibos de compra de materiales. Cualquier cosa que demuestre que estos diseños son tuyos y solo tuyos.
—Tengo todo —Valeria se dirigió a su archivo—. Guardo cada boceto, cada nota, cada maldita servilleta donde he dibujado una idea. Soy obsesiva con eso.
—Bien. Porque ahora esa obsesión podría salvarte la carrera.
El teléfono de Valeria explotó. Llamadas de números desconocido