Sus ojos se encontraron, y por un momento, Valeria sintió que se ahogaba en ese azul intenso que parecía contener todos los secretos del Mediterráneo. Rompió el contacto visual abruptamente y tomó otra muestra de tela, sus dedos temblando ligeramente mientras intentaba recuperar la compostura.
—Esta es una mezcla de lino y seda, perfecta para las piezas de verano —continuó, intentando desesperadamente mantener la conversación en terreno profesional—. La textura es excepcional, respira bien pero mantiene la estructura. Es importada directamente de una textilera familiar en Valencia que lleva tres generaciones perfeccionando esta técnica.
—Háblame de los proveedores —pidió él, aparentemente dispuesto a seguir su juego, aunque su mirada ardiente sugería que sus pensamientos estaban muy lejos de los negocios—. ¿Trabajas con fábricas en Italia?
—Principalmente en España, por supuesto, pero tengo contactos establecidos en Milán y Florencia —respondió, agradecida por el cambio de tema y la oportunidad de demostrar su profesionalismo—. De hecho, estaba contemplando la posibilidad de viajar a Italia el próximo mes para reunirme personalmente con algunos artesanos especializados en bordados y acabados únicos.
—Perfetto. Te acompañaré —declaró él, como si fuera lo más natural del mundo, cruzándose de brazos de una manera que resaltaba la musculatura de su torso bajo la camisa perfectamente entallada—. Conozco personalmente a los mejores fabricantes de seda de Como, artesanos cuyas familias han trabajado con las casas de moda más prestigiosas de Europa durante décadas. Te abrirán puertas que ni siquiera sabías que existían.
La idea de pasar varios días en Italia con Enzo hizo que el estómago de Valeria diera un vuelco traicionero. Profesionalmente, era una oportunidad increíble, el tipo de conexiones que podrían catapultar su marca a niveles internacionales. Personalmente... era un desastre esperando a ocurrir, una tentación demasiado peligrosa como para considerarla seriamente.
—No es necesario que te molestes —intentó disuadirlo, su voz sonando menos convincente de lo que habría deseado—. Puedo arreglármelas perfectamente sola. He manejado mis negocios independientemente hasta ahora.
—No es una molestia, es una inversión estratégica —respondió él, con una sonrisa que no admitía réplica y que transformaba completamente su rostro—. Quiero lo mejor para esta colección, y eso significa asegurarme de que tengas acceso a los mejores materiales, las técnicas más refinadas, los contactos más valiosos.
Antes de que pudiera formular una respuesta coherente, Lucía regresó al taller con el café humeante y una bandeja de pastelitos que llenó el espacio con el aroma tentador de mantequilla y azúcar.
—Pensé que les vendría bien algo dulce para acompañar la reunión —dijo con una sonrisa cómplice, colocando la bandeja sobre una mesa auxiliar con cuidado—. Los trajo esta mañana temprano la pastelería artesanal de la esquina. Son especialidad de la casa.
—Grazie mille, Lucía —agradeció Enzo, tomando su taza de café con elegancia natural—. Justo lo que necesitaba para completar esta experiencia perfecta.
Valeria observó con una mezcla de irritación y fascinación cómo Lucía prácticamente se derretía ante la sonrisa devastadora del italiano. "Patético", pensó con cierta hipocresía, aunque era dolorosamente consciente de que ella misma no era ni remotamente inmune a su encanto magnético y su presencia abrumadoramente masculina.
Mientras Enzo conversaba animadamente con Lucía sobre las sutiles diferencias entre las delicias de la pastelería italiana versus la española, demostrando un conocimiento sorprendente sobre repostería tradicional, Valeria aprovechó la distracción para reorganizar algunos bocetos desperdigados, intentando poner distancia física y emocional entre ellos. Necesitaba desesperadamente recuperar el control de una situación que se le estaba escapando peligrosamente de las manos.
—Lucía, ¿podrías traer los informes de tendencias que preparamos meticulosamente la semana pasada? —pidió, interrumpiendo deliberadamente la charla—. Creo que al señor Costa le interesará mucho verlos para entender mejor nuestra visión comercial.
—Por supuesto, jefa —asintió Lucía, dirigiéndose hacia el archivo con una sonrisa conocedora.
En cuanto quedaron solos de nuevo, Enzo se acercó a Valeria con movimientos felinos, cada paso calculado como un depredador experimentado acechando pacientemente a su presa. La intensidad de su mirada era casi palpable.
—¿Te pongo nerviosa, Valeria? —preguntó en voz baja, su acento italiano acariciando cada sílaba de su nombre como una caricia íntima.
—En absoluto —respondió ella, alzando la barbilla en un gesto desafiante que había perfeccionado durante años de enfrentar inversionistas escépticos—. Simplemente prefiero mantener estrictamente nuestra relación en el ámbito profesional, donde debe estar.
—¿Y qué te hace pensar que yo quiero algo diferente, algo más? —sonrió él, con un brillo malicioso y seductor danzando en sus ojos—. Aunque debo admitir que me resulta... profundamente estimulante... trabajar con una mujer que no cae rendida inmediatamente a mis pies.
—Lamento decepcionarte tan cruelmente, pero no todas las mujeres somos susceptibles a un acento italiano seductor y una sonrisa obviamente practicada —replicó ella, cruzándose de brazos en una postura defensiva que no engañaba a ninguno de los dos.
Enzo dio un paso más hacia ella, invadiendo descaradamente su espacio personal con una confianza que resultaba tan irritante como magnética. Estaban tan cerca que Valeria podía distinguir perfectamente las motas doradas que flotaban en sus ojos azules como pequeños tesoros ocultos.
—Mi sonrisa no es practicada cuando es genuinamente sincera —murmuró él, su voz ronca como terciopelo áspero—. Y créeme, bella mia, contigo siempre lo es.
El corazón de Valeria comenzó a latir con una fuerza descontrolada que resonaba en sus oídos. Odiaba visceralmente la forma traicionera en que su cuerpo reaccionaba a su cercanía peligrosa, saboteando completamente su determinación férrea de mantenerlo a una distancia segura.
—Señor Costa...
—Enzo —la corrigió él suavemente.
—Enzo —concedió ella finalmente, intentando que su voz sonara firme y controlada—. Creo que estamos desviándonos peligrosamente del tema principal. Estamos aquí exclusivamente para hablar de negocios serios.
—Y eso hacemos exactamente —respondió él, sin retroceder ni un milímetro, su presencia abrumadora—. Pero los negocios exitosos también se tratan de química natural, de entendimiento mutuo profundo. Y nosotros, cara mia, tenemos una química absolutamente... explosiva.
Antes de que pudiera articular una respuesta coherente, él se inclinó hacia ella peligrosamente, acercándose a su oído con movimientos deliberadamente lentos. Su aliento cálido acarició la piel sensible de su cuello, enviando escalofríos eléctricos por todo su cuerpo traicionero.
—Tienes un talento extraordinario... —susurró, su voz ronca penetrando hasta sus huesos—. Pero tu carácter indomable me excita infinitamente más.
Valeria se quedó completamente paralizada, sintiendo cómo un calor líquido y peligroso se extendía por su vientre como miel derretida. Cuando finalmente logró reaccionar, dio un paso atrás instintivo, creando distancia desesperada entre ellos justo cuando Lucía regresaba oportunamente con los informes solicitados.
—Aquí están los... —Lucía se detuvo abruptamente, mirándolos alternativamente con curiosidad evidente—. ¿Interrumpo algo importante?
—En absoluto —respondió Valeria con más brusquedad de la que había pretendido—. El señor Costa estaba precisamente a punto de marcharse.
Enzo la miró con una sonrisa que era pura provocación calculada.
—De hecho, tengo otra reunión crucial en media hora —confirmó, consultando su reloj de lujo—. Pero ha sido una mañana absolutamente... reveladora en todos los sentidos.
Tomó su chaqueta italiana, que había dejado sobre una silla, y se la colocó con movimientos elegantes que parecían coreografiados.
—Lucía, un placer conocerte —dijo, inclinándose para besar su mano nuevamente—. Valeria... —se volvió hacia ella, sus ojos recorriéndola de arriba abajo con descaro absoluto—. Estaremos en contacto muy íntimo. Muy, muy pronto.
—Por cierto —añadió desde la puerta—, me encantaría ver ese vestido esmeralda puesto en ti. Estoy convencido de que fue diseñado específicamente para tu cuerpo perfecto.
Y sin esperar respuesta, desapareció, dejando tras de sí un silencio cargado de tensión sexual no resuelta.
—Dio santo —suspiró Lucía—. Ese hombre es puro fuego italiano. ¿Viste cómo te devoraba con la mirada?
Valeria se dejó caer en una silla, temblando.
—Es un arrogante manipulador y un...
—¿Sex symbol que quiere llevarte a la cama? —completó Lucía pícaramente.
—Exactamente —admitió Valeria—. Y ese es precisamente el problema.