Mundo de ficçãoIniciar sessãoEl atelier de Valeria era su santuario. Ubicado en un antiguo edificio industrial reconvertido en espacios creativos, las paredes de ladrillo visto y los ventanales de tres metros de altura le daban ese aire bohemio y sofisticado que tanto amaba. La luz natural inundaba cada rincón, haciendo brillar las telas de seda dispuestas sobre los maniquíes y las mesas de trabajo.
El camino desde el Café Comercial había sido más corto de lo que Valeria hubiera deseado. Ahora, con Enzo Costa a punto de cruzar el umbral de su espacio más íntimo y creativo, sentía una mezcla de orgullo y vulnerabilidad que la incomodaba profundamente.
—Maldito italiano engreído —murmuró para sí misma mientras buscaba las llaves en su bolso—. Como si necesitara su aprobación.
Lucía, su asistente, apareció desde el interior cuando escuchó la cerradura. Debía haber estado organizando algunas cosas como le había pedido esa mañana temprano, antes de la reunión con Carmen.
—¿Sabes que hablar sola es el primer síntoma de locura? —dijo, con una sonrisa mal disimulada al ver a Valeria acompañada.
Valeria la fulminó con la mirada mientras empujaba la puerta.
—No estoy hablando sola. Estoy ensayando cómo decirle a este hombre que sus ideas sobre mi colección son completamente innecesarias.
—Claro, porque rechazar dos millones de euros de inversión es totalmente razonable —Lucía puso los ojos en blanco antes de notar la presencia de Enzo—. Además, según las fotos que he visto en las revistas de moda, entiendo perfectamente por qué estás tan nerviosa.
—Eres incorregible —Valeria no pudo evitar sonreír—. Y no estoy nerviosa.
Enzo había permanecido en el umbral, observando el intercambio con evidente diversión. Cuando finalmente cruzó la puerta, su presencia llenó el espacio de una manera casi abrumadora.
Valeria respiró hondo, alisó su blusa de seda coral y se colocó un mechón rebelde detrás de la oreja. Había elegido ese conjunto cuidadosamente esa mañana: profesional pero con un toque de personalidad. Armadura de batalla.
El italiano vestía el mismo traje gris marengo de la reunión, pero ahora se había quitado la corbata azul y desabrochado el primer botón de la camisa. Su cabello negro, ligeramente despeinado por la brisa durante la caminata, parecía invitar a que alguien hundiera los dedos en él.
—Buenos días, signorina Hidalgo—saludó con esa voz grave y ese acento que hacía que cada palabra sonara como una caricia prohibida—. Así que este es el santuario donde nace la magia.
—Señor Costa —respondió ella con un gesto seco de cabeza—. Bienvenido a mi taller.
—La puntualidad es respeto, ¿no crees? —sonrió, recorriendo el espacio con la mirada—. Y por favor, llámame Enzo. Después de todo, vamos a trabajar muy... estrechamente.
La forma en que pronunció "estrechamente" hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Valeria. A su lado, Lucía parecía haberse quedado sin habla, algo inédito en ella.
—Esta es Lucía, mi asistente y mano derecha en todo lo que tiene que ver con producción —la presentó Valeria, intentando recuperar el control de la situación.
—Encantado —Enzo tomó la mano de Lucía y la besó suavemente, en un gesto tan anticuado como efectivo—. ¿Nos traerías un café, por favor? Negro, sin azúcar.
—Por supuesto —respondió Lucía, sonrojándose como una colegiala—. Enseguida.
Cuando Lucía desapareció en la pequeña cocina del estudio, Valeria se cruzó de brazos.
—¿Siempre eres así de encantador con todas las mujeres, o es una táctica especial para conseguir lo que quieres?
Enzo la miró directamente, con esos ojos verdes que parecían leer más allá de su fachada profesional.
—Solo soy educado, Valeria. Algo que tú pareces confundir con coqueteo —dio un paso hacia ella—. Aunque si quisiera coquetear contigo, créeme, lo sabrías.
El aire entre ellos se cargó de electricidad. Valeria se obligó a mantener la compostura.
—Bien, entonces centrémonos en lo que importa —dijo, dirigiéndose hacia la mesa central—. He preparado los bocetos de la colección completa y algunos prototipos para que puedas hacerte una idea del concepto.
Enzo la siguió, su presencia llenando el espacio de una manera que resultaba casi asfixiante. Se colocó junto a ella, tan cerca que Valeria podía oler su perfume: una mezcla de sándalo, bergamota y algo indefinible que era puramente masculino.
—Muéstrame lo que tienes —dijo él, inclinándose sobre los bocetos.
Durante la siguiente hora, Valeria le explicó su visión para la colección: prendas que combinaban la elegancia clásica italiana con un toque de modernidad española. Vestidos que fluían como agua sobre el cuerpo, trajes estructurados que realzaban la figura sin constreñirla, y piezas de lencería que eran obras de arte en sí mismas.
Para su sorpresa, Enzo escuchaba atentamente, haciendo preguntas inteligentes y ofreciendo sugerencias que, aunque le costara admitirlo, eran bastante acertadas.
—Esta pieza —dijo él, señalando el boceto de un vestido de noche con un escote pronunciado en la espalda—. Es exquisita. Pero creo que el corte podría ser más profundo, hasta aquí —su dedo se deslizó por el papel, trazando una línea que llegaba casi hasta el final de la columna vertebral.
—Eso sería demasiado atrevido para el mercado que estamos buscando —respondió Valeria, aunque una parte de ella ya estaba visualizando la modificación.
—A veces hay que ser atrevido para destacar —Enzo la miró de reojo—. Y tú no me pareces una mujer que tema arriesgarse, Valeria.
Había algo en la forma en que pronunciaba su nombre, alargando cada sílaba como si saboreara el sonido, que la desconcentraba.
—Mis riesgos son calculados —respondió ella, apartándose ligeramente—. No me lanzo al vacío sin un paracaídas.
—¿Y dónde está la diversión en eso? —sonrió él, con un brillo peligroso en los ojos.
Valeria decidió cambiar de tema y lo llevó hacia los maniquíes donde había dispuesto algunos prototipos. Se detuvo frente a uno que lucía un conjunto de lencería de encaje negro con detalles en rojo.
—Esta es una de las piezas centrales de la colección de lencería —explicó, intentando mantener un tono profesional—. El encaje es francés, hecho a mano, y los detalles en rojo están inspirados en...
—La pasión española —completó Enzo, rodeando el maniquí para observar la prenda desde todos los ángulos—. Es perfecto. Aunque me pregunto cómo se vería en una mujer real.
Valeria sintió que se sonrojaba, imaginando por un segundo lo que sería modelar esa prenda frente a él.
—Para eso están las modelos profesionales —respondió con sequedad.
—Por supuesto —asintió él, con una sonrisa que sugería que había leído sus pensamientos—. Aunque ninguna tendrá tu... visión artística.
Se acercó a otro maniquí que lucía un vestido de cóctel en seda color esmeralda. La tela caía en pliegues suaves, diseñada para abrazar las curvas sin revelar demasiado, dejando espacio para la imaginación.
—Este color es magnífico —comentó Enzo, tomando entre sus dedos la tela—. Resaltaría el verde de tus ojos.
—Mis ojos son castaños —respondió ella, desconcertada.
—Lo sé —sonrió él—. Pero tienen destellos verdes cuando te enfadas. Como ahora.
Valeria no supo qué responder. ¿Había estado observándola tan detenidamente?
—Sigamos con los tejidos —dijo, dirigiéndose hacia una mesa donde había dispuesto muestras de diferentes telas—. He seleccionado estas sedas italianas para la línea principal, pero estoy considerando incorporar algunos algodones egipcios para las piezas más casuales.
Enzo la siguió, colocándose tan cerca que podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo. Tomó una muestra de seda entre sus dedos, acariciándola con un gesto que resultaba casi sensual.
—La seda siempre ha sido mi debilidad —murmuró—. Tan suave, tan resistente al mismo tiempo. Como ciertas mujeres que conozco.







