El estudio bullía de actividad. Valeria supervisaba cada detalle de la sesión fotográfica para la nueva colección de lencería. Las luces, estratégicamente colocadas, creaban sombras que realzaban las curvas de las modelos. El fotógrafo disparaba sin cesar mientras ella ajustaba un tirante aquí, una media allá.
—Necesito más actitud en esa mirada —ordenó Valeria a la modelo rubia que posaba sobre un diván de terciopelo negro—. Imagina que acabas de ver al hombre que te rompió el corazón suplicando por una oportunidad.
La modelo cambió su expresión instantáneamente, logrando una mezcla perfecta de desdén y sensualidad.
—¡Eso es! —exclamó Valeria, satisfecha—. Mantén esa energía.
Gabriel, su asistente de diseño y amigo desde la universidad, se acercó con un conjunto de lencería roja en las manos. A sus treinta y dos años, con su cabello negro perfectamente peinado y su impecable sentido de la moda, era uno de los pocos hombres en quien Valeria confiaba plenamente.
—Val, creo que deberíam