—¡P-perdón! —me apresuré a recoger el papel, pero al rozar la punta de su zapato, retiré la mano como si me hubiera quemado.No me atrevía a mirarlo, pero sentía su mirada fija sobre mí, como un reflector del orfanato que me dejaba expuesta, sin lugar donde esconderme.—Fuera.La palabra no fue un grito, pero pesó más que cualquier amenaza. Me enderecé de golpe y salí casi tropezando, cerrando el compartimento con torpeza antes de cruzar el umbral. El aire del pasillo estaba más frío que el del estudio, y aun así me faltaba oxígeno.Me apoyé contra la pared de piedra, intentando calmar el temblor de mis manos. “Debo irme”, pensé, sintiendo cómo esa idea se enraizaba en mi mente como una maleza imposible de arrancar.La penumbra del pasillo me envolvía mientras caminaba hacia mi habitación. Cada paso resonaba en el silencio, acompañado del eco de mi respiración agitada. El castillo, en la noche, tenía un peso extraño: las paredes parecían más gruesas, el aire más denso, como si todo qu
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