El día entero se deslizó como un sueño del que no quería despertar.Desde que abrí los ojos junto a Kael esa mañana, no hubo espacio para el mundo afuera. Él no permitió que me levantara de la cama, y yo tampoco quise hacerlo. Entre besos perezosos, caricias robadas y confesiones susurradas, construimos nuestra propia burbuja. Una donde no existía la mafia, ni enemigos, ni miedos. Solo él y yo.Nunca había visto a Kael sonreír de ese modo. Su dureza habitual se derretía en mis brazos. Me besaba la frente con ternura, me rodeaba con sus brazos como si temiera que alguien pudiera arrebatarme de su lado. Yo me reía, jugueteando con su corbata, desordenando su cabello perfecto, probando cómo se veía vulnerable, humano, hombre, no jefe de un imperio criminal.—Podría quedarme aquí contigo para siempre —le dije en un susurro, recostada sobre su pecho.Sentí cómo tensó los músculos, pero en lugar de apartarme, me estrechó más fuerte.—No sabes cuánto desearía que eso fuera posible —respondió
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