La casa del clan estaba en silencio, pero el aire parecía cargado de presagios. Nora caminaba por los pasillos angostos, sintiendo cada madera crujir bajo sus pies, como si la misma casa conspirara contra ella. La luz de las lámparas colgantes iluminaba de manera tenue los retratos de los antepasados del clan, cuyas miradas severas parecían juzgarla. No había nadie más… o al menos eso creía.Al llegar a la sala principal, la vio. Eva. La Beta del clan, elegante y segura, con una sonrisa que helaba la sangre. Estaba junto a Leonardo. Y no era una charla casual: estaba cerca de él, demasiado cerca, tocándolo de la manera en que Nora había temido desde que puso un pie en aquel lugar. Cada risa, cada roce, era como un cuchillo que se clavaba en su pecho.Nora retrocedió un paso, tratando de recordar que Leonardo la amaba, que la protegía, pero su corazón se negaba a escucharla. La traición era tangible, palpable, y cada segundo que los veía juntos le recordaba a Alfonso, su Alfa anterior,
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