Reprimo un grito en cuanto empiezan los espasmos febriles. Me penetra intensamente, se retira despacio y fluye de vuelta sin perder el control.—Jesús, María y José —gruñe en voz baja, retirándose y embistiéndome de nuevo con una última estocada demoledora.—¡Nick! —Le clavo los dientes en el hombro mientras cabalgo las violentas pulsaciones que se disparan a todos los rincones de mi cuerpo. Arquea la espalda, grita, me aprieta las nalgas al correrse, y entonces recibo su tibia esencia, que me desborda, me calienta y me completa. Estoy mareada y no puedo moverme, pero, por extraño que parezca, me siento más fuerte que nunca.Tiene la cara enterrada en mi cuello y yo la mía en el suyo. A pesar de lo tranquila que ha resultado la sesión amatoria, el final no ha sido un paseo calmado hacia el orgasmo, ni una explosión acelerada y frenética. Hemos encontrado el punto intermedio, una mezcla del Nick gentil y del señor del sexo dominante que tanto me gusta.—Ha sido perfecto —le susurro al
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