ZOEEl sol entra por los ventanales altos, acariciando la alfombra de seda color hueso como si la paz fuera real. La taza de café está caliente entre mis manos, y el aroma me resulta familiar, casi reconfortante, aunque no podría decir por qué. Llevo un vestido blanco, suelto, sin marcas, sin pasado. Afuera, la ciudad murmura con la elegancia de Ginebra, como una postal en movimiento, perfecta, intacta. Y sin embargo, hay algo que me aprieta el pecho cada vez que cierro los ojos. Algo que no tiene nombre. Algo que Ethan no puede borrar del todo, por más que lo intente.Me sonríe desde el otro lado de la mesa. Lleva un traje de lino, casual, carísimo, como si cada pliegue hubiera sido diseñado para calmar. Su voz, cuando habla, tiene la temperatura exacta de la manipulación disfrazada de cuidado. —Dormiste bien, princesa. Aún tienes sombras en los ojos. Debemos trabajar en eso.— Me toco el rostro sin pensar, como si me avergonzara de algo que no entiendo. —Soñé, creo.— —¿Con él?— pr
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