La mazmorra estaba sumida en una penumbra espesa, iluminada apenas por una antorcha clavada en la pared. El silencio del pasillo subterráneo se rompió con el suave crujido de la puerta al abrirse. Soriana entró, llevando una lámpara de aceite en una mano y una sonrisa cargada de falsedad en su rostro.Joseph, sentado contra la pared con las muñecas esposadas, levantó la cabeza al verla. Sus ojos azules, cansados pero fieros, la siguieron hasta que se detuvo frente a la celda.—Vaya, la perra del Alfa —murmuró él, con voz grave y cargada de desprecio.Soriana arqueó una ceja, disfrutando de su hostilidad. —Te equivocas, Joseph. No soy su perra… aunque muchos lo piensen.—¿Qué quieres? —gruñó, tirando de las cadenas que lo mantenían sujeto.—Hablar. —Soriana apoyó la lámpara sobre una repisa de piedra y se acercó a los barrotes—. Sobre Alina.Joseph tensó los hombros al escuchar su nombre. —¿Qué hay con ella?—Dime tú. —La sonrisa de Soriana se ensanchó, venenosa—. Sé que fue tuya, qu

El cielo estaba cubierto por un manto de nubes grises cuando Alina cerró la puerta de su habitación. El día había sido largo, y el enfrentamiento del día anterior con Soriana seguía ardiendo en su mente como una herida abierta. Se dejó caer en la cama, frotándose las sienes, intentando acallar los pensamientos que la carcomían. No sabía si estaba más cansada por la tensión entre las manadas o por la hostilidad que Soriana le mostraba en cada encuentro.El sonido de la puerta abriéndose la hizo girar la cabeza. Devon entró sin anunciarse, con esa presencia imponente que llenaba el espacio sin esfuerzo. Llevaba el cabello algo despeinado, como si el viento de la noche lo hubiera revuelto, y sus ojos oscuros brillaban con una mezcla de firmeza y algo que Alina no alcanzó a descifrar.—Devon… —murmuró, incorporándose lentamente.Él cerró la puerta tras de sí y avanzó hacia ella. Sus pasos eran medidos, casi felinos, y por un instante, Alina sintió como si estuviera frente al lobo que habi

El sol se había puesto hacía rato, y la penumbra empezaba a teñir de sombras el bosque cercano al castillo. Alina se adentró en el claro, buscando la tranquilidad que la tensión con Soriana sobre sus pasos, le negaba. El aire fresco acariciaba su rostro y el canto lejano de los búhos creaba un ambiente casi sagrado. Cerró los ojos, respiró hondo y dejó que su mente se calmara, intentando desconectar de los conflictos que la desgarraban.No esperaba compañía, pero un susurro de hojas la alertó. Devon emergió entre los árboles, su figura imponente y serena, su mirada profunda fija en ella.—Alina —dijo con voz grave y suave—. Te busqué por todos lados ¿Qué haces sola aquí?Ella abrió los ojos y lo miró, sintiendo una mezcla de alivio y vulnerabilidad.—Necesitaba alejarme, espacio, respirar aire —respondió—. Me dijiste que era un día clave y tuve todo el día a Soriana respirandome en la nuca, ya no lo soportaba.Él dio un paso más cerca, su aliento cálido rozó su piel.—Ven conmigo.Sin

La sala del Consejo estaba iluminada por la luz cálida de las antorchas, que proyectaban sombras largas sobre las paredes de piedra. El ambiente era pesado, cargado de murmullos y expectativas. Los estandartes de Blacknight colgaban imponentes, recordando la autoridad del Alfa y sus ancestros.Devon estaba de pie en el centro de la sala, con los brazos cruzados y el ceño ligeramente fruncido. Matilda, la anciana abuela del alfa, ocupaba su lugar de honor en el trono tallado en madera de roble, su mirada fija en los presentes. A un costado, Alina permanecía erguida, en silencio, mientras Soriana se mantenía cerca, como siempre, con una expresión calculada.—Estamos aquí para decidir el destino de los prisioneros —anunció Matilda, golpeando suavemente el suelo con el extremo de su bastón—. Joseph, ex guerrero de la manada Moonlight, y Liam, el joven de la misma manada y hermano de la princesa, han estado bajo custodia. Es momento de determinar si seguirán retenidos o se les permitirá in

La noche había caído sobre la fortaleza, silenciosa y pesada como una manta húmeda. Los centinelas patrullaban en silencio, y el murmullo del viento colándose entre las almenas era el único sonido. Joseph se deslizó entre las sombras del patio interno, siguiendo las indicaciones que Soriana le había dejado: “Después de la cena, detrás del establo viejo.”Allí estaba ella, de pie, envuelta en una capa oscura. La luna delineaba su perfil, resaltando la frialdad calculada de su rostro.—Llegaste —dijo Soriana sin volverse, como si hubiera sentido su presencia antes de verlo.—No suelo deber favores —respondió Joseph, con voz baja—. Pero… lo que hiciste en el Consejo no lo olvidaré.Soriana giró, su sonrisa apenas visible. —No fue un favor. Fue una jugada. Pero me alegra que ahora lo entiendas.Joseph se cruzó de brazos, estudiándola con recelo. —No te di ninguna respuesta cuando estaba aún en la celda. No te creí. Pero después de lo de hoy… quizá tengas razón. Alina… no la reconozco.—