Devon cerró la puerta con un golpe seco que resonó en toda la habitación oscura, apenas bañada por la pálida luz de la luna que se colaba a través del ventanal. El aire estaba cargado de una electricidad invisible, una tensión que los envolvía a ambos, haciéndoles sentir el calor incluso en la fría noche. Alina dio un paso hacia él, buscando quizás un gesto de calma, pero Devon no se movió, permaneció estático como un depredador que detecta una amenaza. Sus ojos, brillantes y oscuros, se clavaron en ella, llamando a algo profundo, visceral.—¿Qué fue lo que vi? —su voz salió baja, casi un gruñido—. ¿Por qué dejaste que ese Joseph se te acercara? —. Le preguntó con el lobo en su voz.Alina sintió cómo el nudo en la garganta le crecía, y tragó saliva antes de responder. —Es Joseph, Devon… solo es un amigo del pasado ya te expliqué. No significa nada más, te lo aseguro.Pero él dio un paso más, acortando la distancia entre ellos, hasta que el roce de su piel les quemaba. —¿Tu pasado? —

El bosque estaba silencioso, como si hasta los animales hubiesen aprendido a temer la presencia del líder enmascarado. La luna apenas lograba atravesar las copas de los árboles, pintando sombras alargadas sobre el césped húmedo. A un lado de un claro oculto, un pedazo de tierra fue removido, dejando al descubierto una trampilla de hierro ennegrecido por el tiempo. Él la abrió con brusquedad, bajando por una escalera de madera podrida. Su respiración era pesada, irregular. La sangre manchaba la parte derecha de su armadura: heridas recientes, recuerdo de una batalla maldita.La mazmorra olía a humedad y a metal oxidado. En una esquina, encadenada como un animal, estaba la joven. Su cabello, antes brillante, estaba enmarañado y sucio. El vientre abultado evidenciaba su embarazo avanzado, fruto de la violencia que había sufrido. Al verlo descender, se estremeció, intentando hacerse más pequeña contra la pared, como si la piedra pudiera absorberla.El hombre enmascarado se detuvo a mitad

La mañana llegó sin dar tregua. Alina se había quedado despierta después de la pesadilla, con el corazón inquieto y la mente atrapada en el rostro de aquella joven encadenada. Cuando una doncella llamó a la puerta para invitarla a tomar el té con Matilda, aceptó sin pensarlo. Necesitaba respuestas.El salón de la anciana era un lugar cálido, adornado con tapices que narraban batallas pasadas y estanterías repletas de libros antiguos. El aroma del té de hierbas llenaba el ambiente. Matilda estaba sentada junto a la ventana, su bastón apoyado contra la mesa, y la observó con una mirada profunda y sabia.—Devon me contó lo de tu sueño —comenzó Matilda, sin rodeos—. Me dijo que estabas inquieta.Alina asintió, sintiéndose de pronto expuesta, pero sin deseos de ocultar lo que sentía.—No fue un simple sueño, Matilda. Era demasiado real. Había una joven… estaba encadenada, herida, y… —su voz se quebró—. Está embarazada de Adriel.La anciana bebió un sorbo de su té antes de hablar.—Hay algo

El gran salón del consejo estaba cargado de tensión. Los muros de piedra parecían estrecharse con cada palabra que resonaba en el ambiente. Matilda ocupaba su asiento central, con su bastón apoyado a un costado, mientras los miembros del consejo se distribuían en semicírculo. Martha, con su expresión gélida, se mantenía recta, observando a todos como si evaluara cada gesto.Alina estaba de pie junto a Devon, sus dedos entrelazados, aunque la presión de su mano delataba su nerviosismo. A un costado, Soriana aguardaba con una calma estudiada, la clase de serenidad que escondía pensamientos afilados.—Hemos escuchado al mensajero —dijo Matilda con voz firme, rompiendo el silencio—. Ya no hay duda. Los Darkfang han resurgido bajo un líder enmascarado. No sabemos qué planean, pero lo ocurrido en nuestras fronteras no puede ignorarse.—Es un ataque directo —afirmó Martha, con su tono seco—. Si nos descuidamos, seremos su próximo objetivo. Debemos reforzar más las fronteras y cuestionar cada

Devon se detuvo a pocos pasos de Soriana, su sombra recortada por la luz de las antorchas. Su expresión era una mezcla de autoridad y desconfianza, los músculos de su mandíbula tensos.—Te pregunté algo, Soriana —repitió, con un tono que no admitía evasivas—. ¿Qué hacías en el ala de las celdas?Soriana respiró hondo, sabiendo que debía controlar cada palabra.—Solo llevé algo de comida a Carl —respondió con calma fingida—. Ha estado allí demasiado tiempo, y pensé que merecía al menos un gesto de humanidad.Devon entrecerró los ojos, evaluando sus palabras.—¿Humanidad? —dijo con voz baja, casi peligrosa—. Desde cuándo te preocupa Carl de esa manera.Soriana dio un paso hacia él, bajando la mirada con un aire de sumisión cuidadosamente calculada.—Me preocupa él, Devon, cómo todos los miembros de la manada… Y tú también deberías preocuparte en vez de estar pendiente de una loba Moonlight que te está engañando en tus propias narices, con sus artimañas.Devon frunció el ceño.—¿Qué está