El Muro de la Prisión y el Nuevo AliadoEl eco de la sentencia resonó en la plaza, un grito ahogado de impotencia que congeló el aire. Los guardias reales, con sus armaduras relucientes y sus rostros impasibles, se abalanzaron sobre mí, sus manos como garras de hierro. Conan intentó resistirse, su rabia incontrolable, pero fue inmovilizado por la fuerza de los soldados. El último destello que vi en sus ojos fue una promesa silenciosa, una promesa de que no me abandonaría. La gente del barrio, con sus rostros pálidos y sus ojos llenos de miedo, se quedó en silencio, viéndome marchar, incapaces de hacer nada. Me fui, con la espalda recta, la cabeza alta, hacia la oscuridad de la prisión.El viaje a la Mazmorra de la Inquisición fue una pesadilla silenciosa. El carruaje, sin ventanas, se movía con un traqueteo constante que me hacía sentir cada hueso de mi cuerpo. El olor a moho y a desesperación se filtraba por las rendijas, una bienvenida a mi nuevo hogar. Al llegar, fui arrojada a una
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