La Llama en la Adversidad
El eco de mis palabras resonó en el vasto salón del trono, un desafío audaz que había congelado la farsa de la corte. El Rey, con sus ojos entrecerrados, había clavado en mí una mirada indescifrable, una mezcla de sorpresa e incipiente furia. Calix e Isabel, lívidos, se habían removido en sus asientos, el desdén y la humillación ardiendo en sus rostros. Pero la batalla de voluntades había comenzado, y el Rey, acostumbrado a la sumisión, se enfrentaba a una resistencia inesperada. El juego de poder apenas había comenzado, y nuestra primera jugada nos había puesto directamente en la mira del monarca.
La vuelta al barrio fue un torbellino de emociones. La gente nos recibió como héroes, sus vítores y aplausos resonaban en los callejones, una marea de apoyo que nos infundía una fuerza incontenible. Pero la alegría se mezclaba con una sombra de preocupación. Las palabras del Rey, su amenaza velada de que nadie era libre sin su consentimiento, habían calado hondo. Co