La Traición
El aire en la terraza, frío y perfumado con el olor de las flores de invierno, era un alivio bienvenido. Me había sentido asfixiada en el salón, atrapada entre la arrogancia de Isabel y el silencio de Calix. Me paré frente a él, con la espalda recta, mi corazón latía con fuerza, pero mi rostro era una máscara de indiferencia. Él, con su traje de brocado oscuro y sus ojos fríos, me miró con una mezcla de arrepentimiento y de una ira que no podía ocultar.
—Pensé que no vendrías —dijo, su voz era un murmullo que se sentía como una confesión.
—¿Por qué me llamaste, Calix? —pregunté, mi voz era un susurro que se sentía tan frágil como el aire helado—. ¿Qué tienes que decirme que no pudiste decir en el salón, frente a tu prometida?
Calix me miró a los ojos, y por un momento, vi el dolor en sus ojos, la culpa que había intentado ocultar. Parecía un hombre diferente, un hombre que había sido herido, pero que no sabía cómo sanar.
—Tengo que decirte algo, Kaida —dijo, su voz se romp