La Llama en el Abismo
El anuncio del emisario real había resonado en la plaza como una sentencia, congelando el aire y el ánimo de la multitud. La palabra “Kaida” se había clavado en mi pecho, una estaca de hielo que me devolvía al abismo de mi pasado. Pero antes de que el pánico pudiera consumirme, la mano firme de Conan se posó en mi hombro, una ancla en la tormenta. Sus ojos, antes llenos de una rabia controlada, ahora brillaban con una determinación férrea, una aceptación desafiante de nuestro destino.
—No es una casualidad —murmuró, su voz apenas un susurro que solo yo pude escuchar, pero cargado de una convicción inquebrantable—. Esto es una declaración de guerra. Y ahora, Kaida, les mostraremos de qué está hecha la gente de la Llama.
Su resolución fue una chispa que encendió mi propia furia. El miedo se transformó en una ira fría y calculadora. No éramos víctimas, éramos guerreros, elegidos para enfrentar a la nobleza en su propio terreno. La ironía de la situación no me pasó de