Los Lobos de la Corte
El sol de la mañana nos recibió con un calor inusual, un calor que presagiaba la tormenta que se avecinaba. El aire en nuestra casa era tenso, cargado de una mezcla de miedo, de rabia y de una determinación inquebrantable. El destino, ese ser caprichoso, no se contentaba con llevarnos a uno, sino que nos llevaba a los dos a la boca del lobo.
Conan y yo nos miramos a los ojos. En su mirada, vi que el miedo que había sentido en los primeros días se había desvanecido. En su lugar, había una rabia, una rabia fría y controlada. El destino nos había elegido para algo más grande, para algo más peligroso.
—Iremos, Kaida —dijo, su voz grave y seria—. Pero no como plebeyos. Iremos como un rey y una reina. Iremos para mostrarles que estamos aquí. Que somos fuertes.
El barrio se volcó en nuestra preparación. La costurera del barrio nos hizo ropa nueva, ropa de buena calidad, pero con el toque elegante que yo había aprendido en mi vida anterior. Los hombres del mercado nos die