Los Hilos de la Intriga
El sol de la mañana se filtraba por las rendijas de nuestra modesta casa, iluminando el polvo danzante en el aire y la determinación inquebrantable en mis ojos. Mi entrenamiento con Conan no era solo una disciplina física; era una inmersión en el arte de la supervivencia en un mundo que nos quería ver doblegados. Aprendí a moverme como una sombra, a leer el lenguaje de los cuerpos, a anticipar los golpes no solo en la batalla, sino también en las intrigas de la corte. Mis manos, antes suaves y delicadas, ahora se endurecían con cada sesión de práctica, un testimonio silencioso de mi transformación.
—La fuerza bruta no es siempre la victoria, Kaida —me repetía Conan, mientras practicábamos esquivas en el patio—. Es la astucia, la capacidad de ver lo que el enemigo no quiere que veas. Y en la corte, donde las espadas son de seda y los golpes de palabras, esa es tu mayor arma.
Conan, el "lobo de las calles", me reveló más sobre su propia historia, una historia que