La noche ha caído sobre la ciudad, pero en el departamento de Giorgia las luces cálidas apenas logran suavizar el clima de tensión que se respira. Ella camina de un lado a otro de la sala, aún con la ropa de trabajo puesta, sin poder creer lo que acaba de escuchar. La afirmación de Julian, que hasta ese momento seguía esperando que fueran una broma y no una verdad. Julian, en cambio, está sentado en el sofá, con los codos apoyados en las rodillas y las manos entrelazadas. Sus ojos, cansados, la siguen en cada paso. —¿De verdad renunciaste, Julian? —pregunta finalmente, con un hilo de voz que se quiebra a mitad de camino—. ¿Así, sin más? Él levanta la mirada, firme, decidido. —Sí, Giorgia. No hay marcha atrás. Ella se detiene, incrédula. —Pero… es tu lugar, tu futuro, la empresa que has construido junto a tu padre, todo lo que se supone que ibas a heredar… ¿Estás seguro de lo que hiciste? Julian se incorpora. Se acerca a ella y la toma de las manos, obligándola a detener su
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