La mañana avanza, pero Giorgia siente que el reloj se ha detenido para ella. Su corazón late con ansiedad mientras conduce hacia el hotel donde Chase le dijo que se alojaría. El tráfico parece interminable, y cada semáforo en rojo es una tortura. Apenas logra aparcar, entra casi corriendo, el bolso apretado contra su costado.
—Buenos días —saluda con voz entrecortada a la recepcionista—. Estoy buscando al señor Chase Don, ¿puede confirmar si está hospedado aquí?
La mujer revisa la computadora con calma, demasiado lenta para el pulso acelerado de Giorgia. Finalmente, niega con la cabeza.
—Lo siento, señorita. Nadie con ese nombre se encuentra registrado en este hotel.
Giorgia siente que el piso le tiembla bajo los pies. Intenta sonreír, aunque la voz le sale quebrada:
—Debe haber algún error. Quizá con otro nombre… ¿puede verificar de nuevo?
La recepcionista vuelve a mirar la pantalla, con gesto paciente, pero el resultado no cambia.
—No hay ningún huésped con ese apellido ni ni