Joseph Lerner permanece de pie junto a la ventana de su despacho, observando la ciudad que se extiende ante él. La luz del atardecer refleja en los rascacielos, pero no hay belleza que alivie su furia. Su hijo ha tenido el descaro de enfrentarlo, de desafiarlo y de gritarle en la cara verdades que nunca quiso escuchar. Y, peor aún, esa mujer, Giorgia Hill, ha conseguido que Julian se ponga de su lado. —Esto no puede continuar así —masculla, con la mandíbula tensa—. No permitiré que ese par arruine todo lo que he construido. Se sienta detrás de su escritorio, abriendo un archivador y sacando documentos de la sociedad, registros financieros, contratos. Cada papel representa un arma potencial que puede usar. Cada movimiento que haga debe ser calculado, preciso, implacable. Su mente se activa como un reloj suizo: si quiere separar a Julian y Giorgia, debe combinar presión emocional con control estratégico. —Primero, debo recordar a Julian quién manda —se dice a sí mismo—. Luego, Giorgi
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