Julian conduce rumbo a su departamento, con la mente todavía revuelta después de haber dejado a Giorgia frente a su edificio. Apenas ha rodado unas manzanas cuando su teléfono vibra: la pantalla muestra el nombre de ella.
—Giorgia… —murmura, con una sonrisa que se le dibuja automáticamente, pensando que ella lo llama para volver a pedirle que regrese y pase la noche con ella.
«Si insistes mucho, puede que termine cediendo ante la tentación y vaya a darte un poco de cariño, gordita», piensa.
Pero apenas suena el primer timbrazo, el dispositivo se apaga en su mano. La batería, descargada.
—¡Mierda! —maldice, golpeando el volante con frustración—. Apenas llegue te llamo, cariño, lo prometo…
No se dirige directo a su departamento. Se desvía hacia un complejo más discreto, donde vive el piloto de confianza del jet privado. Necesita asegurarse de que el vuelo de la mañana siguiente esté listo a primera hora de la mañana y, más que nada, exigirle que guarde silencio absoluto sobre el destino