La luz suave de la mañana se filtraba por las ventanas de la cocina, iluminando el rostro preocupado de Isabella. Sentada en la mesa, contemplaba el plato de tostadas que Sebastián le había llevado, pero el aroma a pan recién horneado no lograba calmar el torbellino en su interior. La imagen de su hija, Eva, y el horror que había vivido bajo el cuidado de su padre y su nueva esposa, llenaban su mente de pesadillas.Sebastián se apoyó en el marco de la puerta, el suéter gris oscuro que llevaba realzaba su dulzura, pero sus ojeras evidenciaban la falta de sueño de las noches pasadas.― ¿Desayunaste? ― preguntó con una voz suave, casi como si temiera romper la delicada calma del momento.―Carlos… ―murmulló Isabella, recordando la causa de su sufrimiento. La mermelada de fresa, la preferida de Eva, le vino a la mente, y el nudo en su garganta se hizo más fuerte.Abrumado por la emoción, Sebastián se acercó y se sentó a su lado, apoyando su mano cálida contra la fría de ella. “Escúchame, p
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