Desesperada y enfurecida, había apelado a la fuerza sobrenatural que le proporcionaba ese fuego y se había arrancado de entre las rocas donde quedara atrapada. El esfuerzo había dañado sus brazos y piernas, y había quedado tendida en el fondo del acantilado, porque sólo podía arrastrarse. Agonizante, aún consumida por aquel fuego que se negaba a retroceder y nublaba su mente, pasó lo que madre creía habían sido dos o tres días caída allí, esperando la muerte.Pero en vez de la muerte, lo que llegó fueron roedores, atraídos por el olor de su sangre. Al principio había tratado de apartarlos para que no la mordieran. Entonces algo la había impulsado a atrapar uno. Le había retorcido el cuello hasta matarlo, y ver la sangre que manó del roedor pareció quemarle la garganta de sed.La bebió y sintió que le devolvía un poco de energía, así que atrapó otra alimaña, y otra, y otra. Hasta que fue capaz de volver a incorporarse. Pronto había recuperado las fuerzas, a
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