Cerré los ojos respirando hondo. Debía controlar el miedo artero que me corroía las entrañas. ¿Podría cambiar? ¿O me convertiría en una bestia violenta?
Pensé en Risa. La recordé en nuestra boda. La recordé con nuestro hijo. La recordé en mis brazos.
La imaginé deambulando entre las paredes del desfiladero. Sola, perdida en las entrañas de una tierra desconocida.
Recordaba vagamente el estupor de mis primeros días de cautiverio, hasta que mi mente se cerrara por completo. Imaginé que su mente debía estar atravesando algo similar.
Imaginé su furia. Imaginé su horror. Imaginé su soledad. Pero sobre todo, imaginé su desesperación.
Y cambié.
En un momento luchaba por mantener el equilibrio en dos piernas. Y al instante siguiente, mis cuatro patas lo perdieron y caí pesadamente a los pies de Milo, frente al hogar. Mi hermano se agachó a palmearme el lomo riendo por lo bajo. Mi respuesta fue un aullido largo, triunfal, que hizo temblar el pabellón