Eva se detuvo frente al espejo del baño, con las manos aferradas al borde del lavabo. El vapor de la ducha reciente empañaba los bordes del cristal, pero no lo suficiente para ocultar lo que veía. O lo que creía ver.Su rostro estaba allí, con las ojeras marcadas por noches de insomnio, el cabello húmedo cayendo sobre sus hombros. Pero había algo más. Algo que parpadeaba como una interferencia en una señal de televisión antigua. Un rostro superpuesto al suyo.—No eres real —susurró, pero su voz sonó débil incluso para ella misma.Pasó la mano por el espejo, limpiando el vapor. Por un segundo, sus ojos cambiaron. Ya no eran los suyos, de un castaño cálido, sino unos ojos negros como pozos sin fondo, antiguos, llenos de un conocimiento terrible. Ojos que habían visto siglos pasar.Eva retrocedió, chocando contra la pared. Cerró los ojos con fuerza, contó hasta diez y volvió a mirar. Su reflejo normal le devolvió la mirada, asustado, vulnerable.—Me estoy volviendo loca —murmuró, pasándo
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