Jacob cruzó la puerta de la oficina con el mismo paso confiado de cada mañana.Había aprendido a ignorar el zumbido fluorescente del techo, las miradas vacías de compañeros que apenas saludaban y los monitores fríos que marcaban el inicio de una jornada más.Ese día, sin embargo, llevaba algo distinto en la mirada, una calma inusual, como si la noche anterior aún latiera en su pecho como una melodía persistente, suave pero envolvente.Esa sensación lo acompañaba como un eco de los dedos de Valery rozando los suyos, del sonido de su risa entre copas, de la forma en que lo miraba como si supiera que aún tenía algo grande por vivir.Sin embargo, esa paz no duró.Su jefe, un hombre de gestos secos y sonrisa ausente, lo esperaba junto a su escritorio, bastó una frase, tan mecánica como cruel, para deshacer semanas, meses, años de esfuerzo contenido.—Jacob, necesitamos hablar, no es personal… pero la empresa ya no requiere tus servicios.El sobre de liquidación fue entregado como quien ofr
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