Jacob caminaba descalzo por el departamento con una toalla alrededor de la cintura y el cabello aún húmedo tras la ducha. Sus pasos eran lentos, casi perezosos, disfrutando del silencio suave que solo un sábado por la mañana podía ofrecer.
El pequeño gato se enredaba entre sus pies, ronroneando como si la paz de ese instante pudiera durar para siempre. La sensación del suelo bajo sus pies le resultaba cálida y reconfortante, como si cada paso marcara una tregua momentánea.
La luz del sol entraba filtrada por las cortinas, acariciando su piel mojada con ternura, templándola como si quisiera prolongar la calidez del agua de la ducha.
Todo parecía flotar en un equilibrio perfecto, una especie de intimidad suspendida en el aire tras haber despertado abrazado al cuerpo dormido de Valery en el sofá, donde el sueño los había vencido sin previo aviso la noche anterior.
Jacob sonrió.
Se inclinó para acariciar al gato, que se estiró y ronroneó con aprobación, como si también supiera que estaban