Las luces del letrero de la tienda parpadearon con un suave zumbido mientras Jacob giraba la cerradura de la puerta principal. Un tenue olor a pan horneado, proveniente de la panadería cercana, flotaba en el aire y se mezclaba con el perfume húmedo de las hojas recién caídas. A lo lejos, el chillido metálico de un tranvía rompiendo el silencio se perdía entre las calles desiertas, y el murmullo lejano de una sirena policial ofrecía un fondo inquietante, como un susurro constante que recordaba que, incluso en la calma, algo acechaba de la puerta principal.
Valery, a su lado, acomodó con delicadeza un mechón de cabello oscuro detrás de la oreja y entrelazó sus dedos con los de él. No hacía frío, pero la brisa de la noche traía consigo un murmullo del pasado, uno que ella había aprendido a silenciar con la sola presencia de Jacob, como si su cercanía apagase ecos de siglos que solían retumbarle en el alma.
Caminaron juntos hacia el auto y, en cada paso, se respiraba esa complicidad tácit