Valery se encontraba en su dormitorio, abotonando con parsimonia la manga de su abrigo oscuro, concentrada en la rutina como si eso pudiera calmar la inquietud latente en su interior.El silencio le pesaba más que el clima.Afuera lloviznaba con la constancia típica de la ciudad, pero adentro, algo más comenzaba a moverse, algo sin forma ni nombre, que comprimía su pecho de manera inusual.Justo al atarse las botas, sintió un tirón interno, y al mismo tiempo, una ráfaga de viento más fuerte golpeó el ventanal con un crujido seco.Las luces parpadearon levemente, como si la electricidad se hubiera alterado por un segundo, a lo lejos, el aullido de un perro quebró el silencio, y Valery, aún agachada, sintió que el tiempo se detenía.Todo en el ambiente pareció anunciar que algo estaba a punto de romperse, algo invisible, pero tan real como el aire que ya le costaba respirar, como una presión repentina en el centro del tórax que le robó el aliento.El dolor era sordo, pero tan real como
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