La noche había caído con una calma engañosa. Un leve escalofrío recorrió la espalda de Valery al salir al aire helado, y sintió una opresión sorda en el pecho, como si algo invisible la estuviera sujetando desde adentro.
Cada paso que daba parecía más pesado que el anterior, como si la ciudad entera respirara con dificultad y su aliento oscuro la envolviera sin piedad.
El cielo, cubierto de nubes que reflejaban las luces de la ciudad, parecía más bajo de lo normal, como si se presionara contra los edificios, como si la oscuridad estuviera descendiendo poco a poco.
La brisa era fría, cortante, impregnada de humedad y un aroma tenue a metal oxidado.
Valery caminaba con elegancia medida, enfundada en un abrigo negro de corte largo, cuyos pliegues se mecían con la cadencia de sus pasos. Sus guantes, de cuero ajustado, cubrían hasta más allá de sus muñecas, ocultando la palidez translúcida de su piel.
El cabello caía suelto sobre sus hombros, brillando bajo la luz de los faroles como una ca