La lluvia caía como un murmullo constante contra los cristales del ventanal.
El cielo estaba cubierto de nubes grises que apagaban la luz del día, y el apartamento de Valery, normalmente envuelto en penumbra voluntaria, parecía aún más silencioso.
Todo estaba suspendido en un instante húmedo y gris. El reloj marcaba la hora con una lentitud insoportable, y el tictac parecía arrastrarse entre los rincones con un eco metálico.
Ella estaba allí, de pie frente a la ventana, inmóvil, con los brazos cruzados sobre su pecho. Observaba el mundo sin verlo, perdida en pensamientos que llevaban días, semanas, tal vez años creciendo en su interior.
Jacob.
Su nombre flotaba como un eco entre cada latido, entre cada gota que golpeaba el vidrio.
Un leve escalofrío recorría su espalda cada vez que lo recordaba, y una presión tibia se instalaba en su pecho, como si su corazón inmóvil intentara, por un instante, latir con vida propia.
Pensaba en su risa, en la forma en que la miraba sin juicio ni temor,