El zumbido de las máquinas se había estabilizado. El pitido del monitor cardíaco era firme, constante. Leonard seguía inconsciente, pero ya no luchaba por respirar.Abril estaba sentada, con las manos entrelazadas y el rostro sin expresión, como una máscara helada. La llave seguía en su abrigo, invisible, pero pesando como una piedra.Su suegra cerró la puerta tras ella con un clic suave, casi ceremonial.—Nunca imaginé que tendrías el valor de quedarte —dijo, caminando hacia la ventana sin mirarla—. Pensé que ya habrías desaparecido.Abril no respondió. Solo desvió la mirada hacia la cama, donde Leonard, su esposo por contrato y su enemigo en la práctica, parecía más joven. Más humano.—¿Qué quería? —preguntó la suegra sin girarse—. ¿Qué te dio antes de caer?—¿Perdón? —murmuró Abril, no por falta de entendimiento, sino por ganar tiempo.La mujer se volvió entonces, lentamente, como una serpiente midiendo la distancia entre ella y su presa.—No estoy preguntando si te dio algo, queri
Leer más