Él la sostuvo y acarició el dorso de su mano, con una delicadeza que parecía impropia de sus dedos largos y siempre fríos. El contacto fue breve, pero Abril se estremeció.
Su piel se erizó como si acabara de cruzar una corriente eléctrica.
—Por favor…
La voz de Leonard no tenía la arrogancia de otras veces. Ni la precisión clínica con la que solía despedazar argumentos. Era… humana. Casi rota.
Abril tragó saliva, sintiendo cómo algo se desmoronaba dentro de ella.
—Me quedaré —dijo finalmente—. Pero solo veinte minutos. Tengo cosas que atender.
No aclaró si era Alexander. No aclaró si eran sus redes, su nueva vida, su futuro. No necesitaba hacerlo.
Leonard asintió. Y sonrió.
No era la sonrisa de siempre, esa media curva irónica que usaba para negociar, manipular o ganar. Fue una sonrisa honesta, temblorosa, que apenas tocó sus labios pero que iluminó sus ojos como si volviera a ser él. O alguien cercano a eso.
—Gracias —susurró.
Se hizo el silencio. Un silencio denso, saturado de todo