El ático de la casa de Cassandra siempre había sido un lugar prohibido para Emma. No por imposición materna, sino por ese acuerdo tácito que existe entre madres e hijas, donde ciertos espacios permanecen intactos, como cápsulas del tiempo que guardan secretos que aún no es momento de desvelar.Pero aquella tarde de domingo, mientras Cassandra visitaba a su madre, Emma decidió que a sus diez años tenía derecho a explorar los misterios que se escondían bajo las vigas de madera de su hogar. La escalera plegable crujió bajo sus pies, y el polvo danzó en los rayos de sol que se filtraban por la única ventana circular del desván.Entre cajas de cartón etiquetadas con fechas que precedían a su nacimiento, Emma encontró un baúl de madera con las iniciales "C.M." grabadas en la tapa. Lo abrió con la delicadeza de quien sabe que está violando un santuario. Dentro, fotografías, cartas y, en el fondo, una caja de zapatos que contenía varios casetes. Uno de ellos, con una etiqueta escrita a mano q
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