Elia salió del Claro Espejado cuando el sol comenzaba a descender entre las copas de los árboles, proyectando sombras largas que parecían estirarse hacia ella, como si quisieran detenerla o, tal vez, tocar la nueva runa que brillaba en su brazo.La marca seguía tibia, como un latido tranquilo. No ardía, pero estaba viva. A cada paso que daba, sentía el fuego lunar susurrar desde dentro, no con palabras, sino con intuiciones: gira aquí, detente, respira. Era como si el bosque hablara a través de su vínculo recién nacido.Ya no necesitaba ver el camino. El bosque mismo se lo entregaba. Las ramas se abrían ante su paso, la niebla se apartaba en espirales, y las raíces bajo sus pies parecían empujarla suavemente, señalándole la dirección correcta. No era un regreso. Era una transformación constante, y cada metro recorrido era distinto del anterior.A mitad de camino, se detuvo ante un arroyo. El agua era clara, fría, y reflejaba por un instante la imagen de su madre. No como en el Claro,
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