El agua la envolvía, fría y densa, como un abrazo que no quería soltar. Elena intentaba gritar, pero solo burbujas escapaban de su boca mientras se hundía más y más en la oscuridad verdosa. Arriba, la superficie del lago se alejaba, convirtiéndose en un círculo de luz cada vez más pequeño. Sus pulmones ardían, suplicando oxígeno, mientras sus brazos se agitaban desesperados contra la corriente que la arrastraba hacia abajo.Y entonces lo vio: un automóvil sumergido, oxidado y cubierto de algas, descansando en el lecho del lago como un monstruo dormido. Dentro, una figura borrosa golpeaba el cristal con las palmas abiertas. Un grito ahogado atravesó el agua, llegando a ella como un eco distante.Elena despertó de golpe, jadeando y empapada en sudor frío. La habitación estaba en penumbra, apenas iluminada por la luz del amanecer que se filtraba entre las cortinas. Junto a ella, Adrián dormía profundamente, su respiración tranquila y acompasada, ajeno a la tormenta que sacudía el interio
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