111. Donde la mesa está servida, y yo soy el plato principal.
Narra Lorena.El comedor parece sacado de un museo. Un techo alto con lámparas de araña, tan grandes que podrían aplastar a un caballo si cayeran. Cortinas pesadas, rojas como el interior de una herida. La mesa, larguísima, está dispuesta como si fueran a venir embajadores. Pero no hay nadie más que él. Y yo.Y eso es peor.Ruiz se sienta al extremo, erguido, su copa de vino como una extensión de su mano. Yo estoy al otro. Un ejército de cubiertos me rodea, como si me prepararan para una disección. Las mujeres que me acompañaban se han esfumado. Solo quedamos nosotros, y una sinfonía suave que suena desde algún rincón invisible. Un cuarteto de cuerdas. Mendelssohn, creo. O quizás algo peor: algo compuesto para enloquecer lentamente.Un camarero aparece, silencioso, vestido de negro. Sirve sopa en mi plato con movimientos tan exactos que parece una coreografía. No puedo evitar notar que su cuello tiene un tatuaje cubierto a medias por el cuello alto. No miro más. Estoy rodeada de c
Ler mais