Todos os capítulos do Al ritmo del peligro: La dama y el jefe.: Capítulo 111 - Capítulo 113
113 chapters
110. En los jardines del silencio, donde no hay lugar una.
Narra Lorena.El permiso se siente como una mentira disfrazada de privilegio.Ruiz me ha dicho que puedo moverme por donde quiera dentro de la mansión. Que soy libre. Que solo me comporte bien y pronto veré a Danny. "Unos minutos", dijo. Como si se tratara de una concesión. Como si fuera un don inmerecido que sólo podría recibir si juego a ser sumisa. Si juego a ser suya.Pero lo que más me irrita no es su control. Es lo fácil que me he acostumbrado a sus reglas. A su manera de mirar. A su forma de hablarme como si me conociera desde antes de que yo supiera pronunciar mi propio nombre.Y aun así, acepto la farsa. Porque la necesidad arde más que el orgullo. Porque Danny está aquí, en algún rincón de esta mansión descomunal que parece crecer cada vez que la recorro.—¿Por dónde desea empezar, señora? —me pregunta una de ellas. Es la más alta. Morena. De rostro delgado y ojos hundidos como pozos.La otra no habla. Tiene el cabello rubio platinado, un vestido ajustado que le cubre apen
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111. Donde la mesa está servida, y yo soy el plato principal.
Narra Lorena.El comedor parece sacado de un museo. Un techo alto con lámparas de araña, tan grandes que podrían aplastar a un caballo si cayeran. Cortinas pesadas, rojas como el interior de una herida. La mesa, larguísima, está dispuesta como si fueran a venir embajadores. Pero no hay nadie más que él. Y yo.Y eso es peor.Ruiz se sienta al extremo, erguido, su copa de vino como una extensión de su mano. Yo estoy al otro. Un ejército de cubiertos me rodea, como si me prepararan para una disección. Las mujeres que me acompañaban se han esfumado. Solo quedamos nosotros, y una sinfonía suave que suena desde algún rincón invisible. Un cuarteto de cuerdas. Mendelssohn, creo. O quizás algo peor: algo compuesto para enloquecer lentamente.Un camarero aparece, silencioso, vestido de negro. Sirve sopa en mi plato con movimientos tan exactos que parece una coreografía. No puedo evitar notar que su cuello tiene un tatuaje cubierto a medias por el cuello alto. No miro más. Estoy rodeada de c
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112 Los perros del sur ladran… hasta que sangran.  
Narra Ruiz.Los del sur siempre fueron bravos en boca ajena. Y ahora, después de que la muertita de Clarita les sopló que podían desafiarme, se creen intocables. Pobres diablos. Todavía no entienden que no están en guerra conmigo. Están en la lista.El café humea en mi mano izquierda. La derecha está ocupada, acariciando el lomo del fusil FN SCAR que pienso estrenar esta noche. Afuera, el sol se retuerce entre los ventanales de la sala de armas. La mansión está en calma. Muy en calma. Y eso solo significa una cosa: sangre en el horizonte.—¿Querés una lista de los que se les unieron? —me pregunta Milo, mi segundo. Está nervioso. Siempre lo está antes de una masacre. Se le nota en cómo juega con el anillo que le regaló su hermana muerta. La ironía lo acaricia: eso es lo que les va a pasar a los del sur también. Un regalo. De plomo.—No me importa cuántos sean —le digo, sin mirarlo—. Mostrame dónde están. El resto se resuelve con balas.Y así empieza la danza. Ellos se preparan cr
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