La luz de la mañana entraba a raudales por las cortinas entreabiertas, proyectando un suave resplandor dorado sobre la habitación.El aire olía a ropa limpia, a sábanas recién cambiadas, y al aroma tibio de Leonardo.Alanna parpadeó lentamente, adaptándose al nuevo día, mientras sus dedos vagaban distraídos por el pecho de él, dibujando pequeños círculos sobre su piel.Leonardo seguía dormido, o eso parecía, con el rostro relajado y una leve sonrisa en los labios.Acariciar ese rostro era como acariciar la paz misma, algo tan raro y precioso que a Alanna le costaba creer que fuera real.No quería romper aquel instante, pero había algo en su mente que no podía dejar de dar vueltas. Algo que necesitaba preguntar.Se incorporó un poco, apoyándose en su codo, y con voz baja, casi en un susurro, lo llamó:—Leonardo...Él abrió los ojos lentamente, como si incluso el acto de despertar junto a ella fuera un placer que no quería apresurar.—Buenos días, mi cielo —murmuró, su voz ronca aún por
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