El salón aún vibraba con el eco del escándalo. Nadie sabía muy bien qué hacer: unos fingían indiferencia, otros cuchicheaban sin disimulo. Pero todos, absolutamente todos, desviaban la mirada cuando Alanna pasó entre ellos, tomada firmemente de la mano de Leonardo.
La joven caminaba como una reina, su mentón elevado, su vestido de seda ondeando con cada paso. A su lado, Leonardo irradiaba un aura protectora y desafiante, como un caballero dispuesto a destruir a cualquiera que se atreviera a tocarla.
Justo detrás de ellos, Bárbara avanzaba con su habitual elegancia, sin mostrar el más mínimo signo de incomodidad. Sabrina, hermosa y orgullosa, caminaba a su lado, lanzando miradas hechizantes a quienes osaban cruzarse en su camino.
Los flashes de los teléfonos móviles comenzaron a parpadear en la distancia. Algunos invitados, incapaces de resistir la tentación del drama, intentaban capturar aquella salida triunfal.
La gran puerta de la mansión se cerró lentamente, dejando tras de sí un e