José Manuel llegó a casa con el rostro desencajado, los ojos enrojecidos por la furia y la impotencia. Las manos le temblaban sobre el volante, y aunque había conducido todo el trayecto en silencio, su mente era un torbellino de imágenes, recuerdos y dolor. Aparcó el auto frente a la entrada, bajó sin decir una sola palabra a los hombres que lo esperaban, y subió con pasos pesados, como si cada escalón cargara con el peso de la traición que acababa de confirmar.Eliana estaba en la sala, acariciando lentamente la cabecita de su hijo, que dormía plácidamente en sus brazos. Al verlo entrar, supo que algo no estaba bien. La forma en que sus hombros caían, el vacío en su mirada, el silencio contenido… todo en él gritaba desesperación.—¿José? —preguntó con voz suave, levantándose lentamente y dejando al niño en la cuna—. ¿Qué pasó?Él no respondió de inmediato. Caminó hacia ella y la abrazó con una fuerza temblorosa, como si necesitara aferrarse a algo real, a algo bueno, para no perder e
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